El tiempo paralizado de Tannia García


Fotografía: Alexis Pérez-Luna



CIRCE
Ahoga el dolor en cada pócima y brebaje, el corazón no se le recompone con veneno ni almíbar. Cada noche se viste para iniciar la caza, y se pierde en tascas y arrabales. Depredadora en sus cuarentitantos, sufre la ira de su corazón desecho. Los ademanes se le volvieron lentos, como el movimiento del lomo de las bestias. Sigue embrujando a leones y lobos, mientras busca a Ulises en cada cuerpo, en cada mirada.

INFIEL
Se escapó por la ventana. Como era su costumbre, saltó a una cornisa, dio vuelta en la esquina y a unas pocas cuadras entró a otra casa, donde después de comer se quedó ronroneando en los brazos de una mujer, que le reclamaba haber escapado por la ventana la noche anterior.

Perséfone
Ella cree que ha aprendido a jugar en la rueca sin pincharse. Es invierno y  afuera llueve a cántaros, mientras sopesa la mansedumbre del sueño y el peligro de la vigilia. Mamá le ha advertido que más allá de las puertas, en el patio, se oculta en la humedad y el frío, la posibilidad de la enfermedad y la muerte.
La joven ve por la ventana, y en un suspiro desea atravesar la espesura y caminar hacia el árbol de granadas, comer el fruto y  probar la dulzura. Pero hace frío, respirar es difícil. Duelen el pecho y las piernas al caminar cuando tose en un pañuelo blanco y rojo.
Llegan los primeros signos de la primavera y no espera siquiera a que el sol caliente la tierra, y se aventura en un mínimo viaje a través del incipiente verdor. Al final del camino, el árbol se extiende largo y altivo ante ella, cargado apenas de unos pocos frutos aún verdes, que igual se atreve a probar, y es ácido el sabor y seca la pulpa.
Camina de vuelta a la casa y lleva fruta a guardar y flores en botón, pero el invierno, oculto entre las nubes de abril, cae en pesadas gotas empapándolo todo, y ella corre a ocultarse y es difícil respirar. Esta noche, una chimenea no se apaga. Al final del pasillo, se escucha el ahogo, el quejido, mientras una madre lleva y trae vasijas y mantas, aunque no haya esperanza.

El nacimiento de Venus
¿Será el mar lo que oyes dentro de mí, sus desazones?
¿O la voz de la nada, que fue tu locura?

Sylvia Plath

Yo no quisiera morirme de sed, y sin embargo, con todas sus aguas, el mar no me ofrece sino sal. Es difícil terminar el día, llegar al término y no sentir el vacío, ese enorme hueco entre estómago y pecho, sentir que alguien camina por la casa y que es ajeno a mí, que no lo reconozco, que yo me volví esta extraña criatura que quiere fundirse y volverse otra cosa.
La marea no está tan alta, y el sol me da en la cara. Él en su decadencia es perfecto. Rojo y naranja, el cielo se vuelve un infierno de nubes, y aun así, su aspecto es menos inclemente que a otras horas. Todavía lo pienso, si le hubiese dicho antes mis razones, tal vez me hubiese comprendido, pero hablar no es mi fuerte, nunca fui una mujer de palabras, nunca puse los pies en la tierra. Pertenecer es todo lo que quiere un ser humano, pero sólo cuando el fuego quema, cuando una aguja se hunde, cuando la sangre corre, siento la presencia de mi cuerpo, que aún no es agua.
El agua llega  a los tobillos y el cielo ya está gris. La arena se vuelve pesada, y mis pies se vuelven líquido a medida que me adentro, que busco el camino hacia lo profundo. El agua llega a las rodillas y comienzo a pensar en él, en papá, en mamá. Ellos no entenderán a la mujer agua, quieren una mujer de roca, de carne, sujeta a este mundo y a sus cosas, pero yo no puedo morirme de sed y marchitarme a diario sin conseguir llenarme, prefiero vivir el vaivén eterno, por siempre frente a la tierra.
No entiendo a los que dejan atrás una estela de llanto, un montón de sangre en la bañera, o llenan su cuerpo de químicos y lo violentan, volviéndolo algo terrible y grotesco. Para conseguir la paz, uno no puede irse de este mundo sin pasar el proceso de convertirse en algo más, de renacer de alguna forma, de sentir la transición; hacer del acto algo consciente.
El agua oscura llega al cuello y todo mi cuerpo es líquido. Me dejo caer y respiro profundamente mi nueva forma, me mezclo conmigo y con el mar, y las aguas se transforman en algo distinto también, nos volvemos un solo ser. Mar-mujer-océano-cuerpo-agua y sal, uno indistintamente que nacerá mañana. Mi cuerpo es agua.

*

ANTE LA NEGATIVA DE SU MADRASTRA, Cenicienta decidió que ir al baile no era la única forma de ganar la libertad. Esa noche avivó el fuego de la chimenea y acercó sus ropas hasta que los pequeños tizones alcanzaron la tela y empezaron lentamente a propagarse por la alfombra, las cortinas, los muebles, y por ultimo tragarse por completo la casa. Le dio suficiente tiempo de salir con parsimonia del castillo. Mientras se alejaba a caballo, pensaba en que los gritos de su madrastra, y el olor a humo y ceniza, al final se habían convertido en buenos recuerdos.
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EL CADÁVER FUE ENCONTRADO en la calle Suipacha a primeras horas de la mañana por unos colegiales. Era un hombre joven, unos treinta años. Gracias a los vecinos supe que vivía alquilado hace poco tiempo en ese edificio. Dicen que fue suicidio, porque fue encontrada una carta dirigida a una señora en París de nombre Andrée, que creo es la dueña del departamento en cuestión. Por otra parte, nadie supo aclararme que hacían allí los once conejos que acompañaban al cuerpo.
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EL TIEMPO SE PARALIZÓ en cuanto se vieron a los ojos. Parados frente a frente, vieron por completo la alegría de su vida juntos: los hijos, los nietos, una muerte placentera. Seguros de haber sido felices, se fueron sin decir una palabra.
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UN VIEJO PEZ ESPADA salió en busca de nuevas mareas. En el camino, no por falta de pericia, sino por una desgastada vista, mordió un anzuelo. Sin ánimos de rendirse, arrastró durante días y noches a la pequeña embarcación desde donde un hombre viejo luchaba por no dejarlo ir. El pez, cansado de aquella batalla, le propuso al hombre intercambiar cuerpos para que de esa manera ambos tuviesen la oportunidad de darle un último vuelco a la vejez. El hombre hambriento, exhausto y animoso por la experiencia, aceptó. Una vez hecha la permuta, el viejo en el cuerpo de pez nadó,  hizo piruetas, aspiró el oxígeno del agua salada y  fue feliz, sin darse cuenta de que la herida se desgarraba a cada giro y sacudida. El pez en el cuerpo del hombre, observó flotando en el agua la que fue su forma, decidió amarrarla al bote y emprender el camino a tierra. Al llegar, todos observaban el enorme cuerpo del pez del que apenas quedaban pocos tajos de carne a causa de los peligros del viaje. El pez hombre reconoció, por la memoria del cuerpo, cuál era la casa del viejo. Subió hasta la maltrecha choza y se echó a morir con una sonrisa, sabiendo que había ganado el respeto de sus depredadores.

1 comentarios:

Marco Barragan | 27 de octubre de 2014, 9:49

Una de las piezas de la felicidad es poder sentarse a leer y escuchar en soledad en tu mente las palabras del escritor. He aprendido en mi vida, que cada vez que lees algo, te conviertes en alguien mas, pues tu personalidad absorbe algo nuevo, lo procesa y muta.

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