Cien años de Virgilio sin Eneida en el insomnio de Saturnino Rodríguez Riverón


Fotografía: Alexis Pérez-Luna
La montaña insomne
(dos virgilios en uno)
La montaña tiene mil metros de altura y el hombre se acuesta temprano. Ha decidido comérsela poco a poco, por eso no puede conciliar el sueño. Es una montaña como todas. Da vueltas en la cama. Se enreda en la vegetación, en las piedras, la tierra, los animales y hasta en los seres humanos que suben y bajan por sus laderas. Enciende un cigarrillo. Lee un poco. Pero no puede dormir. A las tres de la madrugada se echa boca abajo sobre ella y empieza  a masticar lo primero que le sale al paso. Despierta al amigo de al lado y le confía que no puede dormir. El amigo le aconseja que vuelva a la casa con el cuerpo molido y las mandíbulas deshechas. Hace todo esto pero no puede dormir. Después de un breve descanso se sienta a mirar la montaña en azulada lejanía. Esta vez acude al médico. Si le dijera estas cosas, se reiría a carcajadas o le tomaría por loco. Como siempre sucede, el médico habla mucho pero el hombre no se duerme. Sabe lo que se trae entre manos. A las seis de la mañana ve muy bien que pierde redondez y altura. Carga el revólver y se levanta la tapa de los sesos. Entonces hablarán de trastornos geológicos. He ahí su tragedia: nadie querrá admitir que no se ha podido quedar dormido a causa de una montaña devoradora. Un insomnio de mil metros de altura es una cosa muy persistente.

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