Pesadillas de Luis Gonzali


Quince minutos
El teléfono sonaba, el café hervía en la estufa, la plancha quemaba la camisa, el agua se escurría por el lavabo, el auto encendido gastaba gasolina y el vapor producido por la regadera hinchaba la puerta del baño, atascándola. Él sólo quería dormir quince minutos más, pero hoy la casa había decidido levantarse un poco más temprano.

Jueves por la noche
Él llega a la misma hora de siempre. Se sienta en una orilla de la barra del bar y pide, como cada jueves de los últimos cinco años, un whiskey. Ella siempre llega un poco más tarde y se sienta en el otro extremo de la barra. El cantinero ya sabe que ella tomará gin and tonic, así que se apresura a servirlo.
Durante la primera copa, se voltean a ver furtivamente, como si sólo se quisieran acariciar con la mirada. En la segunda, empiezan a mirarse fijamente, y sonríen. En la tercera, ella se lame los labios mientras él empieza a sudar.
Para la sexta copa, él manda recados lascivos escritos en servilletas que ella contesta con provocaciones e invitaciones sin mucho pudor. Y en la séptima copa el ritual termina.
Él se levanta, va a donde está ella y, poniendo la mano sobre su espalda le dice al oído: «me encantó pasar la noche contigo; no puedo esperar al próximo encuentro». Él se da la vuelta y sale del bar con el saco al hombro, mientras ella sonríe y añora la llegada del siguiente jueves.

Pesadilla antes de un examen de Cálculo
Ayer soñé que me derivaba. Soñé que era tangente al círculo de la vida y perpendicular al radio que le daba amplitud. Soñé después que me volvía a derivar, pero ahora siendo la vida una esfera y yo un plano infinito perpendicular al plano-radio que le daba volumen.
Después soñé otros espacios, con otras hiperfiguras y otros hiperplanos. Y en cada espacio me derivaba y me volvía perpendicular a él. Cuando mi mente se saturó de tantas dimensiones, desperté de golpe.
El mundo había cambiado. Yo era perpendicular a él y a todo lo que había en él. Era perpendicular a la perpendicularidad misma. Era un ser meta-perpendicular.

La mujer que amé me ha convertido en un fantasma
Cansado de ser yo el que siempre se tenía que aparecer a mitad de la noche, la desperté: «¿Por qué no te apareces tu también?», le dije. Ella, todavía recostada en la cama, pálida como un reflejo distante, me veía como quien ve a un niño que no comprende nada. Se levantó y acercándose a mi oído, murmuró: «Despiértate mi amor, los fantasmas no sueñan», y fue entonces que desperté de golpe.
Ella, recostada a mi lado, todavía dormía en la cama, y yo... yo empezaba a desvanecerme.

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