Microficciones de Guillermo Samperio


Microficciones
La brevedad es una jirafa enana
La amistad es un girasol o un durazno fresco
Los aplausos son mariposas
El segundo matrimonio es un Ave Fénix
Arte femenino del arete
La pesadumbre es un topo en el alma
La alas de mi ángel de la guarda percudidas
Súbete al camello de los deseos
Auxilio, socorro, que viene el tranvía
Anónimo de humo
Alguien te está soñando
Tabaco de luz
Los cigarrillos con filtro tienen goma
Las colillas son para los enanos
Los cigarros sin filtro están encuerados
La hora de la videncia
Tabaco negro en la noche
La burra al trigo y el burro a la burra

Brisas
La brisa es una leve sonrisa
La brisa es de puntos suspensivos
Cuando la brisa pasa por el oído te habla del Titanic
Cuando la brisa es púrpura es que el mar está herido
Cuando la brisa roza la cara hay algo de erotismo
La brisa es el tul marítimo
La brisa viene del murmullo de la más distante tristeza de los Argonautas

Otras
Todología
La microficción se escribe con la punta de los meñiques
Hay microficciones tan pequeñas que ni se ven
Nadalogía
Los condones que usan los enanos son una microficción
Triangulogía
Los amantes no tienen nada que ver con Amadeus
Bethoven tuvo muchas amantes, pero no las escuchó
Telemann no inventó el teléfono ni era el ‘Hombre-Teléfono’ ni, mucho menos, telegrafista
La microficción empezó cuando le dolió un dedo meñique del pie dercho a Jules Renard
Burocraciología igual a mexicanología
Arcangelo Corellino no cantó en ningún coro ni fue ángel
Franz Liszt era muy liszto pero no era franzés
Domenico Scarlatti salía a pasear los domingos con su sombrero escarlata ladeado
Monteverdi se ponía monterroji cuando su mujer lo contradecía
Peter Tchaikovsky nunca entendió por qué le tocó ese apellido y por ello compuso “Canción sin palabras Opus 23”
De niño, el cantante José-José ensayaba ante el espejo
El compositor y cantante José Alfredo Jiménez así se llamaba
A Brughel el viejo lo representan viejo, pero también fue joven como Brughel el joven, al cual lo representan joven y murió de viejo
En la escuela dije que 2+2 eran = 3 y me reprobaron, pero ahora la física cuántica ha demostrado que son 3, pero ya no me interesa
Entre las alas traslúcidas de tus piernas yo me quedo a vivir

El cine fastuoso

Allí se encuentra ella, Rose Mary, al pie de las escaleras que dan a la sala del cine. Tiene la mano derecha sobre la barbilla; la izquierda pasa bajo sus generosos senos. Lleva unos zapatos negros de tacón bajo con una correa que los detiene en la baja espinilla y un ligero abrigo largo, gris oscuro, que roza apenas sus tobillos pero que permite ver su piel blanca. Arriba de su cabello rubio y su cara hermosa, sobre todo por la nariz recta un tanto respingada, se encuentra una lámpara de tres farolas que alumbra con levedad la pared leonada y las semiabiertas cortinas púrpuras que llevan a las escaleras de alfombras encarnadas. Del brazo izquierdo de la mujer pende un pequeño bolso negro con una discreta cadena dorada.
No podemos adivinar qué piensa, pero es posible, por su postura, que se encuentra atrapada en medio de una indecisión, una encrucijada, o como queramos llamarla, evaluando si termina con el hombre que está dentro del cine, olvidado de ella, o aparentando que no le interesa la mujer.
Al fin se decide, mueve su cuerpo desentumiéndolo y camina con lentitud hacia las escaleras, sube por ellas con el mismo ritmo y entra en la oscuridad del cine. Le sorprende la opulencia de la sala; no existe el tiempo en ella ante las imágenes en blanco y negro que se proyectan sobre la pantalla y sabe que los que miran la película, no muchos, se encuentran atrapados en un momento de aislamiento de unos respecto de los otros. Le sorprende, sin embargo que, a pesar de la oscuridad, haya, en distintos sitios, luces ligeras casi color ladrillo y que se distinga la elegancia púrpura de la gran sala.
Rose Mary localiza al fin la hilera donde se encuentra él y otras pocas gentes; se sienta a su lado y manifiesta, o actúa, cierta sumisión. El hombre sigue actuando, esta vez como si ella no se hubiera sentado junto a él. La mujer abre su bolso, saca un pequeño revolver, quizá calibre 22; lo acerca, con cuidado y lentitud, a la sien del hombre y dispara dos veces. Un leve humo se esparce en torno de la cabeza del hombre; como la gente se encuentra absorta ante la película emocionante de título El halcón maltes, suponen que los disparos leves son parte de algún efecto del filme en esa escena donde el detective responde a los disparos de sus perseguidores.
La mujer rubia se levanta, guarda el revólver y ya no mira que el hombre tiene la cabeza ladeada, como dormido, y que para él se acabó el cine para siempre. Ella regresa por las mismas escaleras y con el mismo ritmo lento; sale del fastuoso cine, toma un taxi amarillo y se dirige hacia donde vive la amante del hombre. Habían estado casados poco más de siete años; siendo ya autoviuda, nunca llegarían los ocho aunque les faltara un mes.
Sólo de pensar en el turbulento cabello oscuro de aquella mujer y ese porte de arrabalera que siempre ha tenido, a Rose Mary le sube la sangre a las mejillas de por sí sonrojadas. Se abraza un poco a su bolso negro y la barbilla empieza a vibrarle.

De 50 a 10 y de 10 a 100
Esta vez tenía en la bolsa quizá unos cincuenta pesos y poco que comer en el refrigerador. Faltaban más de 24 horas para cobrar un dinero que me llega mes a mes y que no me alcanza para 30 días. Como soy adicto al cigarro, me compré una cajetilla y, además, me gustan los refrescos, y también me compré uno, y como después de comer me agrada masticar chicles, compre una caja de chicles y me quedaron 10 pesos para cualquier emergencia. Me puse a leer El Kilbalión para principiantes, un libro que trasmite los principios de cuando Hermes Trismegisto vivía en Egipto, es decir muchos siglos antes del esplendor de Grecia, por poner un época.
Me encontré con uno de sus preceptos “La mente (así como los metales y los elementos) puede ser trasmutada de estado en estado, de grado en grado, de condición a condición; de polo a polo y de vibración a vibración. La verdadera transmutación hermética es un arte mental”.
En primer lugar, teniendo sólo 50 pesos, trasmuté la posible desesperación en tranquilidad. Busqué en la cocina y me encontré lo que sobraba de una crema de cacahuate, sin sodio ni azúcar, que no me hace daño. Luego, quedaba un pan tostado, donde unté la crema. Al remover la bolsita del pan tostado, apareció una bolsa de chicharrón, con la cual no contaba; era dietética y traía una bolsa pequeña de chile líquido. Fue mi segundo alimento. Desde luego, los acompañé con mi refresco; todavía tenía café y lo degusté, incorporándole un bolsita de leche que dan en los restaurantes y que yo recojo y guardo. Luego encendí un cigarro Camel y luego otro; empecé a mascar chicle y me puse a escribir estas palabras.
Aparte de la desesperación en tranquilidad, trasmuté también la primera en alimento suficiente, en un alquitrán masticable hasta que se le va el sabor, y luego la trasmuté en humo. Cuando había puesto el anterior punto y seguido, sonó el teléfono y era Cynthia, quien me dijo que venía a recoger unos libros que mi editorial me había dado a crédito para un taller literario que ella empieza el próximo lunes.
Vino por ellos, estaban en una caja donde había 30, y dos eran para mí. Al cortar la caja, sin lastimar las amarras, tomé los míos. Ella agarró uno para ella con el fin de que se lo dedicara y lo hice. Luego, como habíamos quedado en que a los alumnos se los daríamos en 90 pesos, ella abrió su bolsa y me estiró un billete de a 100. Como me habían sobrado 10 pesos luego de mis compras, se los entregué como cambio. Cuando se fue con la caja de libros, yo tenía de pronto 100 pesos en la bolsa. Los 50 pesos iniciales se trasmutaron en 10 y estos en 100, con los cuales dormiré a un lado y con los que amaneceré mañana para comprar el desayuno e ir a cobrar el dinero de un mes que no me alcanza para un mes.

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