Javier Wimer, un microcuentista involuntario


Se nos fue Javier Wimer y vamos a pedir, entre las inevitables lágrimas, una sonrisa para despedirlo. Las necrológicas oficiales mentarán sus logros, los altos cargos que ocupó, las estupendas publicaciones que dirigió y editó. Nosotros recordaremos para siempre al hombre brillante, tan lleno de ternura detrás de sus punzantes ironías y su ácido sentido del humor. Lo tendremos siempre en nuestro corazón y en la punta de la lengua porque no dejaremos de recordarlo de viva voz. Por eso mismo, para despedirlo con una sonrisa, compartimos una de sus brevedades. Javier escribía microrrelatos, sin la intención de escribir en este formato. Luisa Valenzuela


Anteojos

Al fin conseguí perder los anteojos. Llegue a un desayuno con notoria anticipación y los bajé del coche para leer el periódico. Se quedaron sobre la mesa y el capitán de meseros me los entregó cuando salía del restaurant. Luego me fui a la peluquería y al vapor. Ahí me di cuenta que los anteojos habían desaparecido. No estaban ni en el restaurant, ni en el coche, ni el el club. El no saber donde quedaron me produce una sensación de inseguridad y de incertidumbre. Procuraré superar esta pequeña catástrofe en espera de que ocurran otras.

En http://luisavalenzuelablog.wordpress.com se publica un viejo cuento de Javier Wimer rescatado recientemente.

3 comentarios:

Agencia Pinocho | 17 de junio de 2009, 14:02

"...en espera de que ocurran otras." Justo como se debe asumir la literatura.

Gracias por la reseña sobre Wimer.

Víctor | 17 de junio de 2009, 18:01

La vida es lo que pasa mientras mueres, oí hace poco en una canción. Hasta entonces, hay que esperar que ocurran cosas. O provocarlas.

Saludos lelos!

Violeta Rojo | 17 de junio de 2009, 18:10

Reconozco avergonzada que no sabía quien era Javier Wimer. "Anteojos" es una joyita.
Esto es lo que dice Carlos Monsiváis sobre Wimer: Javier pertenece a una generación brillante de universitarios, la del grupo Medio Siglo, entre cuyas figuras destacadas se encuentran Porfirio Muñoz Ledo, Carlos Fuentes, Rafael Ruiz Harrell, Sergio Pitol y el propio Wimer. Su primera vocación fue la de jurista y, como los de su grupo, estuvo muy cerca de dos maestros: Manuel Pedroso y Mario de la Cueva. Luego alternó el servicio público con el ensayo, género que le permitió desplegar su brillantez. Fue subsecretario de Gobernación, de un modo que él calificaría de efímero y circunstancial. Fue agregado cultural en Argentina, donde hizo un papel brillante y frecuentó a escritores como Borges, Bioy Casares y José Vivanco. Tuvo un trabajo de investigación humanística en México y en Suiza, y todo el tiempo estuvo atento a la vida intelectual y humanística.

“Además fue el primer editor de Ryszard Kapuscinski en español, con el libro La guerra de Angola. Dirigió con enorme tino una dirección de la Secretaría de Trabajo, que por desgracia desapareció, la dedicada a la cultura de los trabajadores. Hasta el final, siguió escribiendo y publicó artículos en La Jornada. Lo recuerdo siempre discutiendo o atendiendo los argumentos de Porfirio Muñoz Ledo con una discreción sarcástica y una atención irónica a lo que sucedía. Fue mi amigo desde hace más de 50 años.”

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